Sorprende ver al Gobierno montar una fiesta para presentar una ayuda europea, que, por cierto, si llega y además lo hace de manera tan cuantiosa es porque el desastre económico español -provocado por la pandemia y por la mala gestión que hemos hecho de ella- es de tamaño cósmico.
Llama la atención que el presidente por momentos parezca más preocupado por las puestas en escena y por sus ocurrencias comunicativas (unan ‘resiliencia’ a los ya célebres ‘co-gobernanza’, ‘nueva normalidad’, ‘desescalada’ o ‘salimos más fuertes') que en dedicar todos sus esfuerzos a salir de ésta.
No es fácil comprender por qué alguien de ese Ejecutivo decidió que era una buena idea adornar el escenario con una actuación musical, la del pianista (británico, mientras los artistas españoles se desangran… quizá para que les fuera mejor deberían quejarse menos y defender más a Sánchez e Iglesias en Twitter) James Rhodes.
Si no fuera porque estamos como estamos, haría hasta gracia ver a Sánchez cometer el error de principiante de prometer 800.000 empleos en tres años cuando sólo en los primeros quince días de la pandemia se destruyeron 900.000. Felipe González hizo exactamente la misma promesa en 1982... y acabó destruyendo 800.000… y entonces aprendió que jamás debía volver a prometer algo así.
Preocupa oír a Gerardo Cuerva (Cepyme) en Onda Cero, lamentar que, para repartir unos fondos destinados a estimular la economía, nadie del Ejecutivo haya descolgado ni una vez el teléfono para pedir opinión a los empresarios (que son los que crean empleo, no los gobiernos). Y qué me dicen del hecho de que Sánchez condicionara las ayudas europeas a la aprobación de ‘su’ presupuesto.
Pero hay algo en lo que Sánchez tiene toda la razón. Y es que en la última década y media dos crisis han noqueado los 'dos corazones' de la economía española: en 2008 el ladrillo y todo lo que iba alrededor de él, y ahora el turismo y sus sectores afines, como el comercio y la hostelería. Por ello, es buena idea mirar hacia otro lado, apostar por la transformación digital, la economía verde, la sostenibilidad, la educación, la industria 4.0 y por otros sectores que nos conviertan en un país más diversificado, más ‘resiliente’.
Además, como alguien dijo ayer, “pensándolo bien, Rhodes y el himno a la alegría son perfectos simbólicamente para la presentación de cualquier plan de este Gobierno: una obra ajena, degradada a boba sintonía propagandística interpretada por un incompetente”.